Cierra fuerte los ojos. Por favor, ciérralos bien fuerte.
No puedo mirarte sin evitar que mis lágrimas broten y me ahoguen en este desconsuelo. Me tumbo a tu lado, llorando en silencio para no interrumpir tu ligero letargo, escuchando a unos pulmones cada vez más demacrados por la metástasis. Lloro, aquí a tu lado, para ser yo el que sufra. Pensando que así, por algún casual, sufriré yo y no tú, o por lo menos compartiremos este dolor. Pensando que así te podré aliviar este sufrimiento injusto. Sin entender que jamás se podrá compartir el sufrimiento; ni consolar al desconsolado.
Y en el que pensaba que era el éxtasis del sufrimiento, sentí cómo te marchabas. Cómo te escapabas de mis brazos por última vez para salir corriendo, quizá, a algún lugar donde no exista el dolor. Fue entonces cuando comprendí la volatilidad de la vida, cómo la realidad se convierte en pesadilla y cómo el desconsuelo más profundo flota en gritos ahogados de dolor.
Es ahora cuando me toca a mí cerrar fuerte los ojos. Por favor, Jesús, ciérralos bien fuerte. Solo así, quizá, consigas retener estas lágrimas que derraman tus ojos desconsolados.