«Me volví loco, con largos intervalos de horrible cordura».
Edgar Allan Poe.

martes, 22 de julio de 2014

Hechizadas

El cielo rugía en una tormentosa mañana de invierno, el Sol se escondía entre oscuras nubes que auguraban un negro porvenir. Olía a humedad, el frío calaba mis huesos y helaba mi mirada que desde hacía rato contemplaba el horizonte entre aquellas verjas que nos encerraban en aquel horrible instituto. Creo que anhelaba algo, quizás a ti.

La lluvia volvió a hacer acto de presencia e interrumpió mi intento de repasar antes del examen de literatura. Debía volver hacia dentro antes de que las letras del libro se difuminaran y formasen un ininteligible texto aún más confuso que aquellos párrafos llenos de autores, obras y fechas. Los niños de primer curso corrían despavoridos pisando lo más fuerte que sus pequeños pies les permitían para salpicar al compañero que corría tras ellos. Yo caminaba despacio, pues la lluvia nunca me desagradó. Caminaba despacio hasta que una enorme fuerza hizo que me precipitara contra el suelo manchando de barro mis ropas y mi libro. Me giré rápidamente para observar el rostro de aquella persona descuidada y, creo que por un segundo, me pareció que el cielo se abría entre todas aquellas nubes negras. Era ella, María, con su habitual rostro angelical sacado de algún cuento de hadas escrito siglos atrás. Por un momento traté de imaginar qué clase de autor podría describir tan bello rostro y poder plasmarlo para la posterioridad.

Nariz fina perfectamente tallada en mármol. Penetrantes ojos turquesa que dejaban sin habla a cualquiera que se atreviera a mirarlos. Pelo corto, rubio y escrupulosamente liso que caía terso a la altura de su mentón. Labios carnosos que, gracias a su facundia y su deje, embelesaban a cualquier insensato que cruzase alguna palabra con ella. Pecho prominente, no demasiado y una figura cuidada al detalle. Lo más gracioso de ella, para mi peculiar gusto, eran aquellas pequeñas orejas que apenas sobresalían a la superficie de su cabellera. Sin duda, era la chica más hermosa de todo el lugar. Y, sin duda, había salido con los chicos más atractivos del lugar.

De vuelta a la realidad, me encontraba allí, en el barro, con la chica más guapa que jamás había visto. Ella me miró, yo me sonrojé y, violentamente, salió corriendo sin decir ni una sola palabra. Todos los presentes nos quedamos atónitos ante su reacción. Esperábamos al menos un simple «disculpa», pero de su boca no salió absolutamente nada. Yo me levanté, me quité el abrigo manchado y me dirigí hacia mi clase que el examen comenzaba sin mí.

Primera pregunta: Describa las característica del estilo de Rafael Alberti.

—¡Mierda! —dije para mis adentros. La Generación del 27 era lo que peor me sabía, era uno de aquellos temas que me repasaría en el descanso y que no me pude estudiar a causa de la lluvia.

Una tras otra, fui intentando responder todas y cada una de las preguntas de aquel examen que suspendí. Suspenso bien merecido porque no pude quitarme de la cabeza aquel rostro sencillo y, a la vez, hermoso de aquella chica. Diría, si no me conociera, que me había hechizado, pero mis miedos inalienables jamás huirían de mí. Era algo que me corroía por dentro e intentaba convivir con ello.

Sin pena ni gloria pasaron las dos últimas horas de clase antes de irnos a casa. La agradable sirena que cada día provocaba una estruendosa algazara, hoy, sonaba un tanto avergonzada, pues María me esperaba angustiada. No sabía que estaba a mi espera y traté de ignorarla, pero ella me agarró firmemente del brazo y me dijo:

—Disculpa por lo de antes, iba sin mirar tratando de refugiarme de la lluvia y no me...
—Tranquila —dije interrumpiéndola mientras levantaba mi cabeza de sus pies, todavía llenos de fango, para enfrentarme a su mirada algo alicaída—, fue mi culpa que iba caminando demasiado despacio mientras todos corrían.
—No, fue mi culpa, de verdad que lo siento —dijo aún más preocupada—. He visto que tu libro se ha llevado la peor parte, ¿hay algo que pueda hacer para compensarlo?

Miré ligeramente hacia un lado pensando, vi a mis miedos alejarse con la muchedumbre rumbo a casa, sonreí tenuemente y dije:

—Claro, ven conmigo a cenar esta noche.
Ella, atónita contestó:
—¿Hoy? Mañana tengo un examen, tengo que estudiar...

No sé qué fue exactamente, si mi enigmática personalidad o que ella nunca había tenido una cita con una chica, pero acabó aceptando.